A la que se rebela y forcejea con la pluma y la voz desenvainadas,
a la que se levanta de noche para ver a su hijo que llora,
a la que llora por un niño que se ha dormido para siempre,
a la que lucha enardecida en las montañas,
a la que trabaja -mal pagada- en la ciudad,
a la que gorda y contenta canta cuando echa tortillas en la pancita caliente del comal,
a la que camina con el peso de un ser en su vientre enorme y fecundo.
A todas amo y me felicito por ser de su especie.